17 Agosto: Diema - Kidira

La teoría decía que atravesaríamos la frontera con Senegal en Kidira hacia medio día y que allí, nos despediríamos de León y Andrés para proseguir hacia Dakar.

Pero poner en práctica en África las teorías no es tan sencillo.


Lo primero que me viene a la cabeza de ese día es la pena con la que me desperté.

Pena  porque llegaba la hora de despedirme de un país del que había aprendido mucho en pocos días (sobre la humanidad, los verdaderos valores, la belleza, la tolerancia, la generosidad…), de un país que me ha enseñado mucho incluso acerca de mí misma.

Y allí estaba Juan; ultimando los preparativos para la estampida, peleándose con la mesa, las sillas, los sacos de dormir, la rueda de la Suzuki… para acabar de meter las mochilas al fondo de la Mitsu, cuando se giró a recoger la mía:
  •       Pero ‘’flaca’’!! te has levantado hoy floja? Venga va, quien te dice a ti que uno de los pishas no la lie hoy y no lleguemos, que ya sabes cómo van estos dos, que un día se la pegan. Qué? Te preparo un tinto de verano? Ya verás que rápido te animas.

 Juan siempre conseguía sacarme una sonrisa.

En vez de un tinto de verano, me tome un café soluble e intenté guardarme la prenostalgia muy dentro. Ya tendría tiempo en casa de dejarla salir.

La carretera hasta Kidira era…terrible.


Toda ella eran grandes surcos con finos hilos de asfalto rodeándoles y rellenos de agua de lluvia, que mezclada con la arena roja nos avisaban, en ocasiones sin tiempo, del próximo obstáculo por la intensidad de su color.

La exuberante vegetación siempre nos hacía compañía. A derecha e izquierda se abrían montañas cubiertas de un verde manto recién lavado gracias a las lluvias que empezaba donde la niebla lo permitía y acababa a nuestros lados, dándonos paso.


Pero ese día los protagonistas de nuestras miradas eran otro.

A ambos lados de la vía durante todo el trayecto los arcenes se habían convertido en un depósito de camiones trailers que no había resistido la dureza de los surcos unidos a curvas  y descansaban allí, varados a orillas de la calzada…esperando pacientemente a que el viento, las lluvias y el sol hicieran mella en ellos y les engalanase con una capa de óxido.


Algunos reposaban ya tumbados y tan solo su esqueleto no advertía de lo que un día fueron; otros lo hacían aún en pie aferrados a su imponencia y resistiendo, sin ruedas, sin motor, mutilados y abandonados…en algún punto entre su casa y el destino que había marcado el que un día fue su chofer.

Los más fuertes aun circulaban, con cargas inmensas sobre sus techos que, por un lado, nos hacían mirarlos con asombro y que, por otro, nos hacían sentir muy pequeños y querer estar muy a la derecha cuando nos cruzábamos con ellos.


 Y, como África  siempre tiene algo con lo que obsequiarnos, entre camión y camión, salto y desnivel, una de las ruedas de la Mitsu dijo: Hasta aquí he llegado!


La parada para el cambio de rueda sirvió para que los moteros nos encontraran (habían parado a desayunar, a hacer la compra….) y nos explicasen, aun absortos, como el tráiler que venía frente a ellos, al salir de una curva, hizo la tijera  y como su conductor intentaba, sin conseguirlo, volver a redireccionar la carga, que ocupaba el ancho de la carretera, para finalmente salirse de ella y ser uno más en la lista de camiones  anclados en el arcén.

Entrado el medio día entendimos que el plan de Africa para con nosotros no era el mismo que el de la teoría que habíamos divagado la noche anterior.


El estado de las carreteras, la lluvia, los rebaños de vacas creando caravanas, el cambio de rueda…eran la premisa de que hoy no nos separábamos y de que, si conseguíamos pasar la frontera con luz, ya podíamos darnos por satisfechos.

No fueron los ‘’pishas’’ los que la liaron…pero Juan acertó de lleno, cuando, tratando de animarme, dijo que podría ser que no llegásemos.



Así que, para celebrar la derrota, decidimos parar en un restaurante del siguiente pueblo medianamente grande al que llegamos, tras montar en la Mitsu al lugareño al que preguntamos por un sitio donde comer para que nos guiase.

Tres platos de pollo con patatas fritas, unos huevos al plato, y una ensalada; sentados en 4 sillas, apoyados sobre una mesa, resguardados de la lluvia…parece un mediodía rutinario pero no lo era. Fue una gran comida!

Cuando llegamos a la frontera de Kidira, aun quedaba algo de día.


Tal y como nos habían avisado, esperábamos caravanas interminables, colas incontables y largas esperas.
Pero lejos de nuestras expectativas, fue la mejor frontera que pasamos. A penas tardamos media hora en hacer todo el papeleo y las gestiones.


 Y aun había luz suficiente para encontrar un alojamiento, y ahora sí: en Senegal!!



2 comentarios:

  1. Me habría encantado ir.... A ver si el próximo año...

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  2. ¡Día duro eh!, ya quisiera yo días como estos en estos lugares y con esta gente, a los que nos dan por aquí, esto si que es una jungla de rapaces hambientas.

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